Un remedio para las arterias

Viviendo letra por letra
5 min readJul 26, 2022

--

Por: Larissa Armenta

Nunca me han gustado los funerales. En especial esa parte en donde (sí quieres) puedes acercarte a ver al difunto; es algo que me causa un poco de miedo, honestamente no estoy segura de porque. ¿Será que pensar que no hay solución después de la muerte es lo que me aterra?

Cuando mi abuelo falleció fue el primer funeral al que asistí. Todo el servicio fue en una casa, algo muy tradicional en los pueblos, recuerdo bien que asistieron muchas personas, había familia cercana, lejana, amigos, parientes que solo asisten a funerales, señoras llorando sin control y un fuerte aroma a café. A la mayoría de los asistentes yo no los conocía, sabía que todos estaban ahí unidos en la misma pena, pero la única que a mi me preocupaba ver llorar, era a mi mamá.

Una noche antes había sonado el teléfono, era raro que siendo ya tarde alguien llamara, así que escuchar aquel ruido me despertó, caminé hasta la sala y vi a mi papá abrazándola mientras ella lloraba sin control.

“Tu tata Gabriel falleció”. Fue lo primero que me dijeron en cuanto notaron mi presencia. Me dolió el estómago, pero aún no asimilaba los hechos, en ese momento no pensé que ya no volvería verlo cada que visitáramos su casa en el pueblo, que él no vería a sus nietas crecer o que por primera vez mi mamá acababa de perder a alguien muy cercano. Yo solo la veía llorar, sin remedio.

Un infarto al corazón. Eso fue lo que lo mató. Mi mamá me dijo que mi abuelo tenía tiempo padeciendo una presión alta junto con altos niveles de colesterol. Y a pesar de cuidarse con medicamento o remedios caseros, al final, la enfermedad ganó. Tenía 58 años, pero yo lo recuerdo joven, a su edad se rehusaba a dejar que las canas contaran sus años, siempre traía su cabello y bigote de color negro, muy oscuro, usaba una loción fuerte, vestía camisas planchadas, zapatos limpios y unos lentes de sol ray-ban gigantes que me encantaban, porque cuando se acercaba a mi con ellos, bien puestos, yo podía verme en su reflejo, mientras él sonreía.

No conviví mucho con él, en ese tiempo, nosotros vivíamos a 3 horas de distancia de su pueblo, era un poco difícil viajar seguido a visitarlo, pero cuando lo hacíamos la pasábamos bien. Aunque mi abuelo ya no vivía con mi abuela, pues se habían separado años atrás, fuimos bien recibidos en su nuevo hogar. Ahí fue donde al morir, pudimos despedirnos de él.

Durante su funeral vi que todos los presentes se acercaban al ataúd en donde yacía su cuerpo, lo miraban un par de minutos, murmuraban algo y lentamente se retiraban para seguir bebiendo café. Yo no quería acercarme, no sabía que podría esperar de verlo ahí, inmóvil, era un conflicto para mi pensar que ya no respiraba o que no podría decir cualquier cosa porque simplemente no respondería. Entonces, ¿para que decirle adiós si él no me escucharía?

Nohemí Armenta

Sin embargo, me armé de valor tras ser retada por mis primas para acercarme a ver a mi abuelo, caminé despacio, temblorosa y con un nudo en la garganta hasta el ataúd. Tuve que estirar mi cuello para poder alcanzar a mirar, al principio tuve miedo, pero en cuanto lo vi, ese miedo se fue. Él estaba ahí, con sus ojos cerrados, solo que sin sus lentes de sol, vistiendo un traje azul, corbata negra y una camisola blanca, los brazos cruzados sobre su pecho, con su cabello aún negro oscuro y su enorme bigote que resaltaba muy bien. Seguía siendo mi abuelo, el mismo que se rehusaba a envejecer. -“Adiós tata”, dije mientras imaginaba que de alguna manera, sí lograría escucharme.

Hoy solo tengo una fotografía un poco desteñida de él donde se aprecia sonriente, señal de que pese a sus enfermedades, vivía feliz. Mi mamá dice que esa es una de sus fotografías favoritas, porque aunque mi abuelo cuidaba mucho su imagen personal, en esa fotografía él se veía un poco desarreglado, vistiendo pantalones holgados, un suéter y sandalias, pero que sus rasgos característicos resaltaban ante todo. Esa es la imagen que yo quiero recordar, una en donde sin importar que tan enfermo haya estado, él seguía sonriendo, porque es justo lo que ahora, yo debo aprender a hacer, llevar conmigo aunque sea una leve sonrisa que me recuerde que todo estará bien.

Que por ahí deber haber un loco remedio para unas arterias un poco enfermas.

Han pasado 23 años desde su partida, pero aun tengo muy presente ese momento en que lo vi por última vez. Sigue sin gustarme el tener que asistir a los funerales, sobre todo, la idea de ver a los difuntos, tal vez pensar que en algún punto de la vida yo tendré el mío es lo que genera un revuelo en mis arterias. Quién sabe, puede que a veces solo pierda el juicio y me deje llevar por el momento al creer que la vida se va demasiado rápido, que tengo muchos planes pero poco tiempo. Ahora pienso en si mi abuelo lograría cumplir cada meta que tuvo cuando seguía en este mundo o si solo se dedicaría a vivir el día a día sin preocuparse por nada. Si antes de padecer presión arterial subiría a varias montañas rusas y si tomaría café a montones.

Pero más importante aún, ¿cuál cree él que sería el remedio correcto para mi?

No sé. Tal vez pueda guardar esa alarmante pregunta para después, ya que yo también haya concluido con un par de cosas que tengo en mente por hacer en mi vida. El día en donde por fin comprenda que todo llega por un motivo, a veces sin previo aviso y que pueden ser cosas fáciles de sopesar; ese día en donde pueda agradecer hasta por los estragos en mi salud que me hacen reaccionar a tiempo, antes de darle mayor importancia a momentos repletos de estrés que han logrado enfermarme. Sé que puedo optar por celebrar cada equivocación, aunque suene chusco, dedicando mi tiempo a aprender sobre ello, con tal de dejar de repetir conductas poco sanas, ayudándome a evitar lo irreparable.

De haber sabido eso con anterioridad, probablemente me habría ahorrado varios inconvenientes, pero en este presente me estaría perdiendo una buena enseñanza que a la larga podré compartir con otros. Otros que estén en busca del remedio perfecto para las arterías.

Al final una enfermedad solo puede ser tan mala como tú desees. Yo por mi parte elijo que la mía, no será tan mala.

Recuerden:

A grandes males, grandes remedios.

¡Hola! si disfrutaste esta lectura puedes seguir apoyándome al compartirla en tus redes sociales.

Al ser escritora independiente no cuento con un salario fijo, así que puedes invitarme un café que me de energía para seguir escribiendo: https://www.buymeacoffee.com/larissaarmenta

Gracias.

--

--

Viviendo letra por letra

Escritora independiente que ama el café, habla sobre la vida y aconseja un poco . Instagram: @_larissaarmenta https://www.buymeacoffee.com/larissaarmenta